Reconozco que en estos nueve años hubo tres lugares que siempre llevaré en mi corazón: el meu Institut, el Centro Asunción, la capilla de la Colonia y el campamento. Allí encontraba la paz y allí era feliz. He aquí un artículo del Campamento.
NUESTRO CAMPAMENTO CUMPLE QUINCE AÑOS
José Andrés Boix.
Y ya han pasado quince años. La verdad es que en el recuerdo de quienes vivieron aquellos meses permanecen vivos los días en los que subían a Siete Aguas para comenzar la labor de levantar los pabellones, la piscina, la cocina, los aseos,...
Quien escribe este artículo no participó en su construcción, sin embargo, después de seis años, veintiun campamentos y más de cien días vividos en él, este no le ha dejado indiferente, al contrario, lentamente ha ido seduciéndole y cautivándole. Allí se ha encontrado con el silencio del desierto, ha sentido la compañía de las estrellas y la luna, el calor de las guitarras, la ilusión de los acampados, la mano tendida de los monitores, la dulzura y atención de los cocineros y cocineras y un sin fin de vivencias entrañables que guarda en el mejor rincón de su corazón.
Todo esto es gracias a una semilla que él no sembró y cuyos frutos recoge año tras año. La pastoral parroquial tal como se encuentra estructurada actualmente tiene sus orígenes a finales de los años setenta. Gracias al impulso renovador del Concilio Vaticano II y el encomiable trabajo realizado por los sacerdotes anteriores la parroquia comienzó a organizar los campamentos de verano en los años setenta. En la memoria de todos está Navalón. Allí los niños y adolescentes asistieron a dos campamentos, adaptados a su edad. Fue en Navalón 82 cuando se gestó el Centro Junior, gracias a un taller dirigido a quienes tenían que ser los primeros monitores (¡¡este año cumplimos el veinte aniversario!!). En 1983 se realizó un cambio que marcaría los campamentos de la parroquia: del sur al norte, de Navalón en la Sierra de Enguera a Calles en la Serranía. Las instalaciones obligaron a tener que llevar dos equipos de cocina e intendencia y a cambiar la estructura de los campamentos. Y se notó, sobre todo en la comida, ese menú casero que durante veinte años ha hecho las delicias de todos.
En 1987 tuvo lugar el último traslado. Todo comenzó a finales de 1986 y comienzos de este año, cuando se vio la posibilidad de construir un campamento propio. Primero se realizó la compra de la parcela, situada en la Olla de Villingordo, Partida de la Malcarada. Y después los fines de semana en los que se levantó el campamento. Y esta obra se realizó gracias a la ilusión y el trabajo de muchos vecinos de Ribarroja. Quedan en el recuerdo anécdotas como la nevada que sufrieron los primeros días o aquel domingo en el que subieron más de cien personas a trabajar o el muro de la piscina que cayó debido a la velocidad con que se trabajaba y como lo volvieron a levantar el mismo día y a pesar del cansancio. Y todo ello dio su fruto, actualmente nuestra parroquia cuenta con uno de los mejores campamentos de la diócesis, envidia de cuantos nos lo alquilan durante el año, unas instalaciones siempre abiertas para nuestros niños y jóvenes que se mantienen en condiciones gracias a un grupo de personas que semana tras semana suben a cuidarlo, llenar el depósito, regar las plantas y reparar los desperfectos; gracias a los monitores que durante el año forman a nuestros niños en los juniors y a nuestros adolescentes en los jóvenes y que sacrifican unos días del verano para seguir educando en la fe mediante el juego, el tema, las dinámicas y el tiempo libre; como no a los dos grupos de cocina-intendencia que desinteresadamente suben al campamento; y gracias a los padres y acampados que confían en nuestro quehacer.
Muchos se preguntarán como es un día allí? Un día allí comienza de buena mañana, cuando los monitores se levantan y se dirigen a la capilla a rezar mientras los cocineros y las cocineras entran en la cocina y comienzan a preparar la leche y los bocadillos. Después toca diana, se despierta a los niños y tras la oración se desayuna. Mientras quien escribe este artículo y el responsable de intendencia vamos a Siete Aguas para comprar la carne y a Requena a comprar todo lo que hace falta para ese día. Tras la limpieza los niños tienen la actividad de la mañana, un rallye, olimpiadas, rastreo,... ; después viene el tiempo de piscina y cantos y a comer lo que durante toda la mañana las cocineras han estado preparando, espaguettis, paella, arroz a la milanesa constituyen los platos estrella, en un menú con alimentos frescos y sin precocinados. La tarde es tiempo de descanso, de formación con el tema y la misa, allí bajo el cielo azul y al aire libre, evocando aquel monte de las bienaventuranzas y aquellos rincones tan preciosos de Palestina donde Jesús se sentaba a hablar con sus discípulos o les alimentaba con panes y peces. Mientras atardece tiene lugar el juicio del zorro y la arriada de bandera. Cena, tiempo libre y actividad de la noche, una velada, un juego nocturno, una película,... para acabar el día encontrándose con Dios en una de las canciones más emotivas, “la vela del día se apaga”, silencio y los niños a dormir mientras los monitores vuelven a rezar, revisan el día y preparan la jornada siguiente, un rato de convivencia y tertulia y a dormir que mañana a las ocho hay que levantarse.
Cuando escribo este artículo me encuentro a principios de abril, el segundo día de pascua y la verdad es que la mirada comienza a centrarse en Siete Aguas 2002, campamento que habrá concluido cuando aparezca el libro de fiestas. Y lo hago mirando atrás cautivado por los recuerdos de un lugar precioso, rodeado de pinares y viñas, bajo la seductora mirada del pico La Nevera que domina el valle, mientras agradezco a Dios haber tenido la posibilidad de vivir unos días allí. Realmente como sacerdote me siento privilegiado por tantos momentos inolvidables, por ese ambiente de familia que reina en el campamento, esos momentos de convivencia.
Muchos de los que lean este artículo comprenderán fácilmente lo que digo, pues el campamento ha estado muy vinculado al pueblo, desde que surgió. Son cientos los que han pasado por él durante estos años como acampados, monitores o cocineros, son miles los padres y familiares que han subido a los campamentos. El año pasado tuvimos la suerte de tener entre nosotros a José Luis Tarazona y gracias a él pudimos ofrecer a través de la televisión local imágenes del campamento. Aunque esté lejos, constituye un rincón de Ribarroja.
Desde estas páginas valga como homenaje por su quince cumpleaños.
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