Querido Dios:
Tras invitarnos al silencio, ese espacio donde sólo hay lugar para uno mismo y tu persona nos invita a meditar sobre Mt 11, 16. Un texto en el que Tú constatas una evidencia, el ser humano se defiende de los signos de la presencia de Dios. En tu tiempo llamaron endemoniado a Juan y a ti te llamaron borracho y comilón, a uno lo consideraron demasiado extremado y a ti que no dabas la talla de hijo de Dios. Queremos signos, queremos verte pero no como Tú quieres mostrarte sino como nosotros queremos, o sea, deseamos manipularte, hacernos un dios a nuestra imagen. Por eso tu combate siempre ha sido contra la idolatría, el gran pecado de Israel y de la humanidad, el pecado que consiste en no dejar a Dios ser Dios. Desde la cruz los cristianos lejos de evitar la idolatría siempre hemos caído en ella, porque la cruz no nos gusta, preferimos una Iglesia de números a una Iglesia de minorías, ¿cuántos van a misa?, ¿cuántos iran a Toronto o al Campamento?, si van muchos ha sido un éxito, si van pocos un fracaso. Y sin embargo ahí está la cruz. Y añoramos aquellos tiempos en los que España era católica por Decreto y la religión impregnaba la política, la economía, la sociedad. Bueno impregnaba en lo superficial.
Sin embargo hemos de volver a Nazaret. Los signos de los tiempos nos invitan a ello, a reencontrarnos con el Jesús del silencio, con el Silencio de Dios. Hoy no se escucha a Dios y sin embargo tu grito es tan sonoro como antes, mejor dicho, más claro y nítido porque las voces del éxito, las multitudes, los discursos se han apagado. Y Nazaret es el lugar donde Dios sale al encuentro del hombre como hombre y aprende desde la infancia a ser hombre. Nazaret es Tu encuentro con la humanidad. Ya no la ves desde lo alto sino que te encarnas en la realidad cotidiana. Allí empiezas a descubrir lo que significa ser persona, a experimentar la condición frágil del hombre. Nazaret es una escuela para ti, la escuela en la que aprendes a ser persona y comienzas descubriendo que solamente mediante los llantos se consigue alimentarse, y sientes el frío de la noche y el valor de unos dientes que salen después de muchos días de sufrimiento hiriendo la mandíbula. En Nazaret descubres el esfuerzo por aprender a caminar y a hablar. La palabra no surge de forma innata en el hombre y Tú comienzas a balbucear las primeras sílabas. En Nazaret aprendes el significado del ganarse el pan con el sudor de la frente y a convivir con las personas. Es en Nazaret donde te haces presente, entre las cuevas, rodeado de toda clase de trabajadores, hombres y mujeres unos más creyentes que otros, personas con sus miserias y grandezas. Allí Tú eres un don nadie, sencillamente el hijo del jornalero, de ese hombre que tiene unas manos de plata ¿o no?. Por eso la Iglesia ha de volver a Nazaret, al anonimato que no queremos, a ser una más en el mundo del pluralismo religioso, a ser una oferta más, un vecino de la calle. Y por eso nos duele nuestro tiempo, porque no queremos la cruz, no queremos ser uno más, no queremos compartir la causa de los pobres, los que no cuentan y nosotros queremos contar.
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