viernes, 23 de noviembre de 2007

Ej.2002: 4-1

Primera meditación:
Querido Dios:
Lentamente vamos contemplando la tragicidad humana y el problema del mal en el mundo desde tu propia vida. Durante estos días hemos descubierto que tú no viniste a aportar soluciones al mundo sino la salvación, que es bien distinto. Nos hemos encontrado con el Reino de Dios como respuesta al problema del mal en el mundo, un reino que no es una solución ni se confunde con las instituciones y los proyectos humanos sino que es mucho más, es la oferta de salvación por parte de Dios Padre al hombre que sufre. Y este Reino nos lleva a encontrarnos con la hora de nuestra vida, ese momento en el que nos pides ser los últimos, nos lleva a enfrentarnos cara a cara con el sufrimiento humano y aceptar que Tú compartes ese sufrimiento desde dentro, nos conduce a experimentar el pecado en nuestra propia carne y descubrir en las entrañas del pecado la redención de la cruz, la invitación de los pecadores a participar en la mesa del pan.
Y hoy nos meditamos el misterio de la cruz, lo más sublime y lo más nuestro, en punto omega donde se funden lo divino y lo humano. El reto para todo cristiano que nos lleva a huir del poder, pretender servir al Evangelio con el poder como tantas veces en la historia se ha hecho o como lo hacemos actualmente: la escuela, los medios de comunicación social, los políticos, las empresas, los ejércitos,... al servicio de la Iglesia para el anuncio del Evangelio. Queremos el Dios de los milagros que nos sirva y olvidamos que la última palabra no son los milagros sino tu cruz, olvidamos que éstos son signos que manifiestan el interés de Dios Padre por los que sufren.
La cruz es la meta del cristiano, la síntesis más elocuente de toda tu predicación, el signo y el aval de que Dios Padre está en los últimos, los marginados, los que se preguntan ¿por qué a mí? Por eso todo el evangelio de Marcos, dirigido a esas comunidades que descubren como su fe lejos de llevarles a un mayor bienestar les conduce a la persecución dirige al discípulo a la cruz y a la confesión del centurión romano: “este verdaderamente es el Hijo de Dios”. Dos actitudes tenemos ante tu cruz, la profundamente humana y la profundamente divina. La primera consiste en cubrirse el rostro, apartar nuestra mirada de un Dios débil y fracasado, esto no lo queremos, no queremos una Iglesia perseguida, humillada, no queremos ver como nos abandonan los jóvenes o el mundo laboral, no queremos vernos desprestigiados por los mass media, no queremos... y la otra es descubrir en la impotencia por parte de la Iglesia para ser creíble a los ojos de la humanidad el rostro de Dios. Nosotros en nuestro tiempo no queremos ver sufrir y por eso apartamos la mirada del anciano, el enfermo de SIDA, el refugiado, el que llega en patera, el deficiente psíquico, el tetraplégico, el moribundo, el baboso. Ante él retiramos nuestro rostro, ¿cómo puede estar Dios allí?, ¿si Dios existe porque no se lo lleva?
Y sin embargo Tú eres el Dios de los débiles, el que tomó un pueblo sometido a los grandes imperios de la antigüedad, Yavé, el Dios marginal de los pobres. Jesús, el Dios inimaginable e indeseable por el ser humano que siempre desea un Dios triunfador que gane las batallas, las ligas, las enfermedades, las crisis.
Y seguidamente nos ha presentado dos representaciones de la Trinidad. El icono de Rublev donde apareces en la figura de los tres ángeles que visitaron a Abraham, con el árbol del paraiso que hunde sus raíces en la sangre de Cristo y donde se manifiesta la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, expresada en la circularidad de las personas divinas. Y por otra parte la Trinidad de la iconografía occidental, en ella el Padre eterno se presenta acogiendo la cruz de Cristo, aquí no hay sensación de bienestar, sino la mirada serena y seria de Dios Padre. Serena porque no se altera ante el sufrimiento humano y seria porque sabe lo que cuesta el amor, te has implicado hasta experimentar el sufrimiento, mientras nos lo ofrece, porque la cruz es para nosotros. Un modelo de Iglesia que ante tantos hombres y mujeres que acuden a ella pidiendo esperanza y respuesta acoge su sufrimiento con serenidad, desde la esperanza cristiana, la experiencia de fe y el amor y seriedad porque es solidaria con el sufrimiento, no considera que eso no tiene importancia sino que lo valora y sabe lo que cuesta, el precio fue la muerte en cruz del que es su Señor, Maestro y Fundador, su centro existencial.
Y ahí pasa a hablarnos de la ternura entendida como un amor tenso que es capaz de reternerse, el amor que ama apasionadamente pero contiene su torrente para expresarlo de forma serena, sencilla, cálida y sin presionar ni avasallar. Ese es tu rostro, el de un Dios que le duele más que a mí las injusticias y los sufrimientos humanos pero los contempla redimidos por su Hijo, sin perder la esperanza, desde el Misterio Pascual, viendo en la cruz la belleza, descubriendo que la vida a pesar de todo sigue siendo bella.
Y hoy necesitamos esa mirada. En nuestro tiempo somos muy sensibles al sufrimiento humano. Todos hemos tenido duras experiencias, y tú lo sabes bien. Durante estos años de sacerdocio he asistido a la muerte de mi abuelo y de mi padre, he sufrido la separación de gente que me apreciaban y apreciaba, he compartido el largo sufrimiento de Manolo, la tía María y tantas personas como ellos que pasan los años y están ahí, sin apenas poder comunicarse con su familia, sufriendo una larga agonía. Y ya lo sabes, Cristian, Sergió, David, Miguel,... y María. María, ¿cuántas veces me he preguntado por qué se fue aquella niña de quince años llena de vida? Paseando pensaba en ella y pienso en ella todos los días y está detrás de esta pantalla y se fue, se apagó la voz de la niña una noche de luna llena. Y sigo preguntándome porque se juntaron aquella noche de primavera tantas fatalidades. Y curiosamente Pepe ha venido a explicarlo con un ejemplo que pude contemplar en los días siguientes, las amapolas, frágiles y bellas, crecen en los basureros. Lo sabes que durante los días que siguieron los márgenes de la carretera donde tuvo el accidente se cubrieron de amapolas violetas, llenas de esperanza. En la muerte puede surgir esperanza, no la que nosotros quisiéramos, pero surge, ¿por qué no interveniste? Fue y seguro que es la respuesta de sus padres y los que la apreciabamos, un segundo hubiese bastado para que ella siguiese viva y sin embargo... interveniste de otro modo, no podías suprimir la libertad de quienes participaron en el accidente, no podías contradecir a la naturaleza y sin embargo interveniste, nos mostraste tantos signos, con tanta fuerza descubrí que ella estaba viva y está junto a ti. Esa es la intervención, con muchos signos como las flores me mostraste que aquella noche de abril tu amor no falló.

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