sábado, 17 de noviembre de 2007

la segunda noche


Silencio, pronto sonarán las campanas de mi amiga y vecina, la torre del campanario. Son en este reloj las 22:59, amigo/a internauta que pacientemente lees este blog. Y el día llega a su final. Los ejercitantes descansan. Suenan las campanas, espero en los próximos días grabarlos y colgarlos en you tube. El timbre de las campanas permanece, son once, el último toque hasta el amanecer. Y aquí, a pocos metros se escucha, en lo profundo del valle, la torre recuerda que Dios nunca duerme y vela por nosotros. Mientras los más de cuarenta ejercitantes, sacerdotes y religiosos franciscanos, agotamos las últimas horas del día o descansan. Es difícil describir el silencio y la oscuridad de este lugar en la noche. Un manto negro teñido por la luz del pueblo cercano y en una segunda línea, el castillo de Sagunto señor que domina el mar y la montaña, iluminado en la noche.
Brevemente te comento la segunda meditación. En ella de nuevo nos ha recordado el tema de hoy, la misericordia de un Dios que tiene compasión de nosotros y el compromiso del sacerdote de vivir la compasión contemplativa, mirando al otro con el amor y los sentimientos de Cristo. Y el director nos ha comentado la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37), situada en el contexto del viaje de Jesús a Jerusalén y la respuesta a una pregunta, ¿cómo heredar la vida eterna? Para Jesús está claro viviendo el amor a Dios y al prójimo. En esta parábola hay un fondo teológico, el buen samaritano es Cristo que ha venido a salvar al hombre levantándolo y curándolo con el bálsamo. Pero hay más. La bondad nos sorprende. No la encontramos en aquellos que se supone deberían ser bondadosos, el escriba y el sacerdote, sino en quien menos imaginamos, en un hombre poco recomendable, el samaritano. Y este hombre llega junto al herido anónimo, es decir, el amor sabe detenerse, sabe parar el tiempo. ¿Cuánto ama el novio a la novia?, ¿cuánto ama el esposo a la esposa y el padre al hijo? Cuanto tiempo sea capaz de perder con él y no lleve la cuenta. Y nosotros sacerdotes somos ese próximo cuando dejamos otras cosas, el programa y la agenda para atender al que ha llegado. Sin embargo cuantas veces la gente ve sencillamente en nosotros hombres con prisas, que queremos hacer tantas cosas que no tenemos tiempo para ellos. Sigue la parábola afirmando que lo vio, a diferencia de nosotros que muchas veces vemos pero no miramos. El samaritano ve con la mirada de Dios y el sacerdote está llamado a aprender en el ejercicio de su ministerio a mirar con los ojos de Cristo, con el corazón, como él que iba por la vida deteniéndose en el ser humano herido, despojado, pecador. Ahí está la escena de la mujer hemorroísa, entre tanta gente, él siente que alguien le toca de una manera distinta, es la mujer, detecta la necesidad de esta persona.
La parábola sigue con estos verbos: llegó junto a él, lo miró, sintió lástima. Solamente quien se detiene es capaz de mirar y compadecerse. Es lo que Díos hace, que se deja afectar por nuestra situación de miseria y nos da a su Hijo Jesús. Y sigue, bajando del caballo, es decir, sólo bajándose del caballo es posible la caridad. Esta ha de ser discreta, sin exhibicionismo, sin instrumentalizarla para aparecer nosotros como apóstoles de la caridad que ayudan a los pobres. Y la caridad se baja del caballo, el que ama no se siente superior, al contrario, derriba del muro que lo separa del otro, se pone a su altura, como Cristo en la cruz. Allí, quien pasó su vida curando y amando, se pone al nivel de aquellos a los que curaba y amaba, los marginados. Es un marginado más, por eso, el buen ladrón lo siente cerca y por eso la promesa del reino tiene un gran valor para él.
Y prosigue la meditación con una afirmación y pregunta muy clara y concreta. Sacrificamos muchas veces a la persona por el grupo y acaso, ¿nuestros feligreses no tienen derecho a encontrarse a solas con nosotros? Hacemos muchas reuniones, pero nos cuesta sentarnos a confesar, a hablar. Nos cuesta detenernos para estar en sosiego, leer un libro, rezar, escuchar al enfermo, curar al herido.
Y finalmente nos ha invitado a sentirnos heridos, pues sólo quien experimenta la misericordia de Dios puede ser misericordioso.
Y así a dar una vuelta, reflexión, misa, cena y ordenador. Para terminar aquí tienes lo que he escrito a mano, saboreando el arte de escribir tan personal como es un boli y un folio en blanco, sin prisa:
Mirar al otro con amor es perder el tiempo.
Mirar al otro con amor es no tener prisa.
Mirar al otro con amor es ser sensible a quien tiene necesidad de ti.
Mirar al otro con amor es conmoverse.
Mirar al otro con amor es mirar con y desde el corazón de Cristo.
Mirar al otro con amor es abajarse.
Mirar al otro con amor es cercanía.
Mirar al otro con amor es romper muros.
Mirar al otro con amor es superar los prejuicios.
Mirar al otro con amor es acercarse a la persona.
Mirar al otro con amor es no quedarse en el grupo, la charla, la homilía, el escrito,…
Mirar al otro con amor es escuchar sin mirar el reloj.
Mirar al otro con amor es no tener miedo a escuchar.
Mirar al otro con amor es visitar al enfermo y escucharle.
Mirar al otro con amor es saber que yo soy un valor para la otra persona.
Mirar al otro con amor es tener tiempo para leer, rezar, estar en silencio, escuchar, curar al herido.
Pues desde la mirada de amor a ti te dejo, cuando son las 23:23 horas, no es un artificio, es esa hora. Buenas noches a ti buen Dios que tanto me amas que me ofreces estos días, no para estar yo contigo sino tú conmigo, no para perder yo el tiempo contigo sino para perder tú el tiempo conmigo, no para decirte que te amo, sino para escuchar que me dices al oído que me amas.

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