viernes, 23 de noviembre de 2007

Homilía de bodas

Queridos Ruben y Marta:
Es evidente que nos encontramos en una tarde muy especial para vosotros. Es ésta la tarde soñada por los hombres y las mujeres de todos los tiempos, la tarde recordada en el calor del corazón por quienes una vez la vivieron, una tarde que comenzó cuando un día los dos descubristéis que ¿por qué no?, os sentistéis cautivados el uno del otro y que la felicidad sólo era comprensible compartiéndola juntos.
Y dentro de unos minutos vamos a ser protagonistas de un momento inolvidable para los dos, el más especial de vuestras vidas, el que seguro habréis imaginado muchas veces y por el que también habréis luchado. Y ese momento mágico ya ha comenzado, ya está en vuestra memoria imágenes inolvidables: seguro que ahora recordáis ese momento mágico en el que, vestidos de novios, os habéis cruzado una mirada llena de sentimientos inexpresables.
Y aquí nos encontramos todos los que os apreciamos y os queremos, dispuestos a darle gracias a Dios porque hace posible que viváis la experiencia más fascinante que Él ha regalado a las personas, la del amor. Y dentro de unos momentos bajo la mirada de Jesús, de María y nuestra os diréis sí.

Por eso permitidme unas palabras comentando un pasaje que a mi me gusta muchísimo y que es la expresión más bella de lo que es el amor entre un hombre y una mujer. Es curioso que la Biblia comience precisamente hablando del amor. Dios se presenta organizando el caos para así construir un hogar donde situar al hombre y a mujer. El primer pensamiento de Dios en la Biblia es la felicidad de aquellos a quienes crea y entrega su espíritu. Todo lo hace para el sábado, el día de descanso de Dios en el que el hombre y la mujer se aman.
Y es en estas páginas donde descubrimos como la felicidad del ser humano se realiza en ese encuentro paradisiaco. Recordáis muy bien como el Señor crea a Adán y lo sitúa allí, no es bueno que el hombre esté solo, descubre la tristeza de Adán que lo tenía todo pero le falta alguien compartirlo. Adán necesita amar para poder despertar a la vida, todo es noche en la vida de Adan hasta que amanece junto a Eva, ese momento se ilumina la vida de aquel hombre de barro que descubre en su fragilidad la fuerza del amor. Es un momento bello y hermoso, es el despertar que vosotros dos estáis viviendo aquí, en este paraíso que constituye el templo parroquial, este jardín donde las columnas se levantan hacia Dios, este huerto regado por los cuatro ríos que fluyen del altar y dan vida e impregnado por la presencia de Dios.
Así el comienzo de la humanidad sólo se comprende desde el amor, es el amor que crea las cosas, el amor que pinta un paraíso donde vivir. Ese paraíso en el que Dios os va a situar y que tiene un nombre lleno de calor, el hogar. El hogar constituye el lugar donde el hombre y la mujer se aman, conviven, con todo lo que representa la convivencia. No es cualquier cosa el hogar. Con esta palabra estamos hablando de una vivienda especial, única, singular, llena de vida, que vosotros habéis construido durante los últimos años de noviazgo. Estoy seguro que después de los lógicos nervios y ajetreos que supone tener la casa apunto y tenerlo todo ahora soñáis con entrar en él, descansar del tragín que supone este día y en la soledad sentir que ya os habéis casado, ya estáis solos en vuestra casa, recordar solos los momentos vivididos y descubrir que este día no ha sido un sueño sino el día más bonito de vuestra vida, porque es vuestra casa, la casa de Ruben y Marta, la que tiene su originalidad y la que habéis decorado a vuestro gusto, en la que como hicieron antes vuestros padres vosotros vais a formar una familia. Y esa casa está bendecida por vuestro matrimonio, por este sacramento por el que Dios se hace presente cada vez que estáis juntos y su amor es un torrente que os une. El hogar constituye por tanto la realización concreta del deseo de Dios, el lugar donde Él habita y por donde pasea para hablar con vosotros, el lugar donde os sentiréis felices y como Adán y Eva os amaréis. Valorad vuestra casa, creo que es lo más importante que tenéis que hacer. Y lo sabéis cuando el marido o la mujer no está agusto en casa, o está mejor en otros sitios, algo está pasando. Ninguno de los dos debe olvidar algo que es realmente hermoso, allí siempre os esperará la persona que os quiere, sus paredes acogerán a la persona que os llena porque la queréis y os quiere y desearéis cuando estéis metidos en el trabajo y todos los problemas, llegar a casa y estar con la persona que amáis para hablar y situaros en lo más importante de vuestra vida, el amor.
Y en ese lugar hay dos árboles, el de la vida y el del bien y del mal. El de la vida está claro. En vuestro hogar está el amor, está Dios, está la felicidad, es árbol que os llena. Pero hay otro que hay que respetar, el árbol que os tienta a ser como dioses y sabéis que cuando se constituye en Dios se constituye en señor y entonces el otro deja de ser igual a él y se convierte en su siervo y por tanto aquel amor tan maravilloso y generoso que nació de Dios se transforma en dominio. Siempre váis a tener que luchar contra esa serpiente, esa realidad serpenteante, sutil que de muchas formas entra en el hogar. Porque si os fijáis el pecado de Adán y Eva no es otro que el que Eva le da a probar el bien y el mal, es decir, Eva le dice a Adán lo que está bien y lo que está mal. Terrible y destructor es esta realidad, cuando uno de los dos decide lo que es bueno y malo, cuando uno es el que organiza las cosas, uno es el que habla, opina y manda, porque si os fijáis va en contra de la esencia del matrimonio, que es la igualdad y el diálogo, el decir juntos, el organizar juntos, el emprender tareas juntos. También se ha considerado este árbol la moral, cuando el hombre o la mujer deciden que lo que está bien. Es sutil, cuando se decide lo que es amor y lo que no es, cuando se actúa al margen de un Dios que simplemente nos da sus mandamientos para que seamos felices. Es entonces cuando todo se trunca, cuando descubren las propias miserias y las del otro y ya no se aceptan mutuamente como son, cuando ese amor se convierte en dominio, los hijos que eran la bendición del matrimonio en fuente de amargos sufrimientos y el hogar que era vuestro lugar de felicidad en un lugar inóspito.
Sin embargo sabéis que la historia no acaba allí. El paraiso se recupera con el encuentro con Cristo, es Él quien en la cruz transformó la muerte en vida. Siempre está esa esperanza, una hermosa y real esperanza que tenemos los cristianos y que nos da la fe, es la fuerza del amor y de la vida que contemplamos precisamente en Jesús, en ese Jesús crucificado que con tanta devoción veneramos en Ribarroja. Porque hay un hecho, donde hubo lágrimas y una vida se truncó florecieron las amapolas, donde hubo muerte surgió la vida.
Vivimos tiempos en el que las personas parece que abandonemos el espíritu de lucha, preferimos cambiar a enfrentarnos con los problemas que nos atormentan, olvidando el consejo de Ignació de Loyola, en tiempo de turbación no hacer mudanzas. Como personas de fe que somos hemos de confiar mucho en la presencia de Dios. Acordaos de que vuestro matrimonio lo vais a construir sobre Jesús, no estáis solos en esta tarea.
También para concluir un recuerdo a María santísima, ella es vuestro modelo y madre porque supo vivir el amor desde el sí a Dios y la entrega total a Él, hoy os pongo en las manos de madre tan buena.

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